La manada y otros indicios preocupantes

Reproducimos a continuación el artículo de Antonio Martínez Lara publicado en laicismo.org.

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En el ámbito religioso no faltan pronunciamientos misóginos que alimentan o justifican el maltrato y la vejación de la mujer.

Ha venido a coincidir el juicio por la violación ¿todavía supuesta? de una joven en las fiestas de Pamplona con las vísperas del día contra la violencia machista. En estas páginas nos hemos pronunciado, y más de una vez, contra esa violencia, mortal o no. Pero lo hemos hecho, y de manera crítica, pensando más en la que se ejerce desde el día 26N de cada año al 24N del siguiente. No ignoramos la buena voluntad de muchas personas secundando la actividades, así como los duelos tras cada feminicidio, en contra de esta profunda lacra social. No hemos de negar que se intentan dar pasos en  el campo de la política, incluso con acuerdos casi unánimes. Supongo que también en la judicatura, aunque en el caso que nos ocupa no lo parece mucho. De todos modos, algo estamos haciendo mal cuando en 2016 sólo dos de cada 10 denuncias por violencia machista acabaron en condena, según informan periodistas expertas en el asunto. En consecuencia, es lógico que nos preguntemos con una de ellas ¿está diciendo la sociedad  “hasta aquí hemos llegado” con la violencia machista? Respondamos cada cual mirando en conciencia lo que ocurre en su entorno.

No es preciso volver sobre este proceso en el que se criminaliza casi más a la víctima que a los agresores. En el ámbito de la justicia vale ya la denuncia de la abogada Lidia Falcón citando con hechos probados el sesgo patriarcal en la judicatura española. Se habló también de consentimiento en Zaragoza cuando varios violadores abusaban ante el novio atado de la víctima; se archivó la denuncia de una camarera violada colectivamente al acabar su larga jornada laboral junto a cubos de basura… Habla de bastantes más casos que omitimos para no agobiar.

En el ámbito religioso no faltan pronunciamientos misóginos que alimentan o justifican el maltrato y la vejación de la mujer. En el entorno del arzobispado de Granada menudearon propuestas disparatadas para atajar tales desmanes. Está reciente el pronunciamiento claro al respecto, en este caso el de un cardenal mexicano, “las mujeres son imprudentes, por eso las matan”. Es también en el campo de la política donde a veces se toman decisiones de aparente solidaridad en uno o varios partidos, más por el cuidado del voto, que por convicciones asumidas. No es la primera vez, que tras unos minutos de silencio por un femenicidio, se vuelve al chiste machista casi sin transición. Y no sólo eso, sino que en los medios de comunicación públicos ―sobre los que sí se ejercen influencias sectarias o partidarias― no hay el mismo celo efectivo en cuanto a excesos sexistas o dogmáticos. Sin agotar el asunto, valga como anécdota la ayuda oficial que se presta a una joven española para optar a ser elegida miss mundo, o algo así. Claro que aquí ya entramos en el mundo de la imagen y de la publicidad y del poderoso caballero, don dinero. La utilización de la mujer en este medio, en el que también empiezan a surgir propias denuncias, es decisivo en el modelo de “mujer para gustar”. Para eso ha de acercarse a un canon del que se excluye a una inmensa mayoría. Luego nos extraña lo que viene sucediendo en el mundo adolescente con el repunte dominador por parte de «él».

Pero tan importante o más que lo ya señalado vuelve a serlo la conciencia personal y colectiva para mirar con más coherencia lo que pasa en nuestro entorno. Es por esa gran diferencia entre los que sentimos ―y llegamos a decir― y entre lo que en realidad hacemos, por donde sigue instalado el patriarcado avasallador. Aparte de la educación, y ―en el hombre― los privilegios heredados, de los que cuesta desprenderse, hay más: frente a la pervivencia de «la mujer para gustar», también se resiste a desaparecer «el hombre que no llora». Ambas son rémoras que impiden el acceso a la persona sensible y autónoma, sea  mujer u hombre.

En ese camino difícil, además de la educación ―sobre la que con frecuencia apenas se añade poco más que las conmemoraciones― quizás abunda un ingrediente social e ideológico. El hombre ―en mayor medida― y la mujer que revisan críticamente los valores tradicionales debieran tener claro que en ellos se encubren serias trabas para la convivencia. El machismo, la homofobia, el odio al diferente (de raza, religión, procedencia, costumbres, aficiones o distinto patriotismo de cada lugar o percepción) parecen hoy en algunos aspectos más reforzados. La necesidad de autoafirmación ante sus inseguridades induce a bastantes hombres al dislate posesivo y enfermizo sobre la mujer en general y sobre su pareja en particular. Además, la necesidad de notoriedad en esta sociedad de lugares comunes le lleva a difundir sus propias gracietas o salvajadas. Ahí vienen desde las referencias despectivas y de discutible humor sobre la mujer, hasta llegar a la salvajada del vídeo o fotos de la manada. Aquí podemos encontrar el hilo que nos ayude a responder de manera positiva al hasta aquí hemos llegado. Para ello habrá que poner encima de la mesa, sin tapujos, las inseguridades varias, los modelos mendaces, los prejuicios ideológicos o tradicionales y la educación. En esta última, ya sea en la familia, en la escuela o en la sociedad con medios cada día más influyentes, habrá que seguir con preguntas importantes: ¿se pretende  la formación de una persona libre y con criterio, o se ha tendido ya por esa visión superficial, acomodaticia, insolidaria, manipulable y sin criterio? En ello nos puede ir que, en lugar de acabar con episodios tan deleznables, acabemos sufriendo el deplorable impacto de una gran manada verdaderamente inhumana e influyente.

Antonio Martínez Lara

La responsabilidad de las opiniones expresadas en los artículos, estudios y otras colaboraciones firmados incumbe exclusivamente a sus autores, y su publicación no significa que la Plataforma Laicista de Jerez las apoye o comparta en su totalidad.





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